La ruta se encontraba limpia, durante horas no habíamos cruzado siquiera un auto, y las pocas casas que se podían ver al costado de la ruta no daban signos de vida.
Llegábamos a Río Colorado, cuando vimos pasar surcando el cielo lejano un meteoro de un tamaño incalculable. Su paso por el cielo hizo vibrar el suelo, las ventanas y los oídos.
Lo vimos pasar como si fuese un misil dirigido hacia alguna parte, llevaba la prisa de un mensaje y perdimos de vista su imponente figura, quedando en el cielo la estela de su paso.
Esperábamos escuchar alguna clase de impacto, pero no sentimos nada, como si su paso hubiese sido sin tocar la tierra.
Llegamos a la ciudad de Viedma, y buscamos un lugar donde poder descansar.
Encontramos un hostel de una antigua pobladora de la zona, su tarifa era económica, y su mirada desconfianza.
Mientras acomodábamos algunas cosas en el cuarto compartido aprovechamos a tomar una ducha, y a descansar para pensar sobre lo que estaba pasando.
La tevé e internet no funcionaban, tratábamos de sintonizar en alguna radio alguna noticia, algún mensaje de esperanza.
Las personas que nos encontramos en el hostel tenían la misma sensación de desazón, de no saber qué es lo que estaba pasando, y mucho menos lo que habría de pasar.
Habían desaparecido millones de personas de la faz de la tierra, y con ellos los niños, los bebés e incluso aquellos que se encontraban en plena gestación, habían desaparecido de los vientres maternos.
Pudimos intercambiar algunas palabras con los pasajeros de aquel hostel, y acordamos seguir el camino hacia el norte en caravana de vehículos, para llegar hasta la capital.
Salí a la vereda a tomar el aire de la tarde, y ver si había movimiento en la calle.
De repente, muchas personas empezaron a agolparse debajo de un edificio y empezaron a gritar. En el décimo piso había una persona debatiéndose entre continuar viviendo en esta situación, en la cual todos teníamos la sensación de ‘habernos quedado’ en la tierra.
Era un hombre de mediana edad, que con lágrima ya había pasado del otro lado del balcón del edificio, hasta que pegó un salto al vacío. Y detrás saltaron otros indecisos escondidos en otros edificios, que observaban desde el anonimato la situación.
Mientras se veían suspendidos en el aire comenzaron los gritos de desesperación de los espectadores.
Y allí quedaron, suspendidos en el aire, y comenzaron a caer de manera lenta hasta hacer pie en el suelo. Era un milagro sorprendente, la gravedad de la tierra había cambiado.
Los suicidas llegaron al suelo con una crisis que los empujaba a la locura, buscaban la muerte, y ella huía de ellos.
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