Jesús, luego de su resurrección, estuvo cuarenta días con sus discípulos, hablándoles del Reino de Dios, y dándoles instrucciones, como la de esperar la venida del Espíritu Santo.
En estos cuarenta días no consta que haya delegado en los apóstoles (los once discípulos) la elección del reemplazo de Judas Iscariote.
Judas se había suicidado, como consecuencia del remordimiento de haber entregado al Mesías a cambio de treinta piezas de plata. Nunca entendió el mensaje del Reino predicado por Cristo, el pensaba en términos políticos temporales, quería la liberación de su nación frente al invasor, pero el Reino de Cristo nada tiene que ver con la sociedad política actual, en cambio la va a irrumpir cuando Cristo vuelva personalmente en su segunda venida.
Luego de la ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén. Y Pedro, siempre tomando la posta, dijo, si éramos doce y ahora somos once, hay que buscar un reemplazo. Así que entre todos eligieron a dos posibles candidatos: José y Matías. Hicieron un sorteo y salió elegido Matías.
La complicación apareció cuando tres años después se presentó en Jerusalén un enemigo de la iglesia, asegurando haber visto a Cristo Jesús, atestiguando que ahora creía en él, y enseñando una doctrina que aseguraba haberla recibido directamente por revelación de Jesucristo (Gal. 1.12), y había sido llamado a ser Apóstol (1 Co. 15.8)
Este hombre era el Apóstol Pablo.
En Apocalipsis el Apóstol Juan describe la visión de la ciudad de Jerusalén celestial, "Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero (de Jesucristo)" (Ap. 21.14)
La pregunta sería: ¿el cimiento número doce, va a llevar el nombre de Judas, de Matías o de Pablo?
Si Jesús hubiese delegado la tarea de buscar al sucesor de Judas en los once apóstoles, no habría entonces elegido a Pablo. Pero como efectivamente eligió a Pablo, se torna evidente la razón por la cual no consta que haya delegado en los Apóstoles tal tarea. Por más que los once hayan elegido a alguien por unanimidad, la tarea de elegir a sus apóstoles es una tarea que el Señor se reservó para sí mismo.
"Así que ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (del A.T.), siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo..." (Efesios 2.20)
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