Tener a Dios como amuleto - David Omar Gallardo

Tener a Dios como amuleto

Share This


El primer gran cambio de la sociedad moderna consistió en que el hombre se volvió la  unidad de medida del universo.

El famoso iluminismo trajo como novedad que el conocimiento y la ciencia serían las verdades que harían libre al hombre, dando lugar luego a la era de la modernidad, donde el desarrollo y el crecimiento parecía no tener límites. El trabajo del hierro forjado, las megaestructuras, el desarrollo científico y la extensión de la educación traerían la verdadera plenitud y felicidad del hombre. Hasta que las dos guerras mundiales diezmaron a la población mundial en miseria, enfermedad e injusticia.

Siempre me pregunto, si sólo la educación formal fuese la solución, entonces nuestras universidades no deberían tener problemas de robo entre estudiantes, no debería existir el uso de candados o cadenas; considerando que es asistida por quienes ya tienen largo tránsito en el sistema.

La modernidad tuvo su crisis, dando lugar al posmodernismo, así como Sísifo nunca lograría llevar la piedra hasta la cumbre, se dio cuenta que aquella plenitud prometida por la ciencia y el conocimiento era una fantasía irrealizable .

Pero existe una filosofía constante entre el modernismo y el postmodernismo, que es la cosmovisión humanista, aquella donde el hombre y la mujer son el centro de todo, por no decir los dioses en minúscula de este mundo.

Es el hombre (y la mujer) quien decide qué es bueno, y qué es malo. Qué es verdad y qué es mentira. Pareciera que desde el punto de vista axiológico la verdad no tiene una existencia propia, sino que es una apreciación de quien la observa -o quien dice hacerlo-.

Y en este quilombo, podrían llegar a justificarse aberraciones tan peligrosas como la pedofilia, el exterminio, y demás extremos que ya han traído tanto mal a nuestras sociedades.

Ello se llama perversión, cuando a algo se lo utiliza o a alguien se lo involucra en un contexto al que no pertenece, para ser gráficos sería equivalente a involucrar a un niño o niña en una orgía. Eso es perverso, sumamente perverso. Pero para los cráneos del humanismo, esta definición sería discutible, porque el bien y el mal son cuestiones subjetivas, justificando con esa falaz mentira la perversión.

Sin llegar a los extremos mencionados, el promedio de la sociedad posmoderna es humanista. Es decir que, por esta razón, en la religión o la espiritualidad no buscan un Dios al cual servir, sino al revés, un dios que les sirva. En general no se busca una verdad que cuestione la propia conducta, sino una verdad que se acomode a la manera de vivir ya practicada, en cuestiones como la sexualidad, el poder, el dinero, la vida en sociedad, etc.

Es por esta razón que las practicas espirituales en boga, postulan enseñanzas que procuran calmar la conciencia justificando lo injustificable, evitando el arrepentimiento (sin arrepentimiento no hay perdón), o los cambios autocríticos.

Y en este punto, la búsqueda de religión o espiritualidad se reduce a la búsqueda de un amuleto; uno que traiga éxito, aplaque un poco la conciencia -sin resolver los problemas de fondo-, y no cuestione absolutamente ninguna conducta propia, aunque no habría inconveniente en usarlo para cuestionar la conducta de los demás.

Cristo dijo, yo soy la verdad, el camino, y la vida.

Una verdad, un camino, una vida, excluyendo por tanto cualquier otra verdad, camino o vida.

La verdad es insoportable, por eso lo mataron.

Pero el mensaje sigue vigente, porque luego resucitó, y está pronto a volver. Cuando la ciencia verifique el mensaje, y no sea necesaria la fe, ya será demasiado tarde para entrar.

El mensaje de Cristo es radicalmente opuesto a la postura filosófica del humanismo, ya que el centro del mensaje es Cristo mismo, y no el hombre y la mujer; por eso el cristianismo es irreconciliable con aquellos mensajes donde se plantea el uso del mismo como amuleto.








No hay comentarios:

Pages